
En un proyecto de diseño interior, el color no es un simple detalle: es la herramienta que tiene la capacidad de cambiar por completo la percepción de un espacio. Elegir una paleta adecuada no solo aporta estética, también influye en las emociones y el bienestar de quienes habitan los ambientes.
Los colores claros: amplitud y luminosidad
Tonos como el blanco, el beige o los grises suaves reflejan la luz y hacen que los espacios se perciban más grandes y frescos. Son ideales para departamentos pequeños o ambientes donde se busca una sensación de calma y serenidad.
Los colores oscuros: elegancia y carácter
Colores como el negro, azul marino o verde profundo aportan sofisticación y personalidad. Funcionan muy bien en espacios amplios o cuando se busca un ambiente más íntimo y acogedor.
Colores cálidos: energía y cercanía
Gamas como la terracota, el amarillo mostaza o el naranja generan dinamismo y calidez. Son perfectos para salas o comedores, donde se fomenta la interacción y la vida social.
Colores fríos: serenidad y frescura
El azul, el verde o los tonos aqua transmiten calma y frescura. Se recomiendan para dormitorios o baños, ya que ayudan a crear atmósferas relajantes.
Cómo elegir la paleta ideal
La clave está en definir primero qué sensación quieres transmitir. Luego, equilibrar colores principales con tonos complementarios y añadir acentos en detalles decorativos, como cojines, alfombras o molduras pintadas.
El color es un lenguaje silencioso que comunica emociones y define la identidad de cada espacio. Elegirlo con intención puede transformar un ambiente común en uno que inspire, relaje o motive.
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